Llegó un momento en el
que los días eran sombras menguantes de algo ya muy lejano; pensaba que mi
ciclo vital se repetía constantemente y que ya había dado todo lo que podía dar,
todo me era indiferente y apenas disfrutaba con lo que antes me producía gozo y
placer. Caía inexorablemente en una tristeza voraz e insaciable, pero reaccioné
y comencé a escribir: primero, compulsivamente y, después, regularmente. Hice
un repaso a toda mi herencia sentimental, lo vivido, lo amado, mi periplo como
cantor… Fue una erupción de versos que salían a la luz y que caldeaban mi hogar
a la vez que me salvaban de aquel Banco del Tiempo que en 1973 ya descubriera
Michael Ende.
El resultado de todo ese proceso es lo que tienes ahora en tus manos: un
poemario que parte de lo oscuro y llega a un horizonte que anhela tocar el
cielo, unos dictados que salen del interior para salvarnos, para redirigir el
rumbo.